Taparse la cara con las manos. Fuerte. Sentir
como nuestros dedos recorren las arrugas de nuestra frente y la estiran,
bajando por nuestros ojos y llegando a juntarse con el resto de la mano.
Abrir nuevamente los ojos. Querer que no
abran.
Sentimientos encontrados, que en todo momento
deseamos perder. Olvidar lo que no podemos, creer lo que entendemos y recordar lo
que queremos. Vidas cruzadas, que poco
saben. Sienten, sin embargo se prohíben sufrir.
Y aun así, no hacen otra cosa. Sufren.
Aman un vacío, que buscan destruir por
completo. Odian al amado. No se permiten
ser felices. No lo merecen.
Cierran los ojos una vez más.
Cierran los ojos una vez más.
Logran abrirlos sin el menor esfuerzo, deseando
no haberlo hecho. La pared sigue allí, los árboles de invierno esperando que
todo pase. Pasan niños corriendo. Pasan hojas arrastradas por el viento. Pasa la vida.
Silencio.
Nada está vivo alrededor de esas paredes. Sordas
se encuentran, como consecuencia de gritos inesperados y llantos indeseados. Ciegas de violencia, amnésicas de
poder.
Cierran los ojos.
Cierran los ojos.