miércoles, 22 de junio de 2011

Que se caiga el mundo.




Amo cuando literalmente “se cae el mundo”. Aclaro que no hablo de que se caiga mi mundo, eso sí que dolería… pero hablo de la lluvia. Creo que es un sentimiento de catarsis que tenemos todos los argentinos. Esperamos y ansiamos ese día en que el cielo se oscurece a las dos de la tarde, y sólo pensamos en querer estar en nuestras casas durmiendo. Es ese sentimiento de escuchar la lluvia que golpea contra todo, de no poder distinguir ya, contra qué golpea. Es ver que se forman burbujas cuando cae, que cae agua sobre agua, y que pareciera que no tiene fin. En ese momento, volvemos a vivir. Por supuesto, no hay nada peor que el mundo se caiga todos los días, ahí pierde por completo la gracia… y ansiamos ver la salida del Sol, por encima de los pastos mojados, ya hartos de embarrarnos cada vez que salimos.

Pero todavía no entiendo, por qué me gusta tanto que de vez en cuando haya un pequeño renovarse. Es como si se cayera el mundo, y con eso se fueran todos mis pesares, para poder comenzar de nuevo. Está bueno que de vez en cuando se nos mueva un poco todo lo que tenemos tan firme… eso que creemos ciegamente. Hace bien que se nos mueva el mundo, que se nos caiga todo de golpe y bruscamente… de nuevo, siempre y cuando esa lluvia termine pronto. El primer rayo de sol que se asoma después de la lluvia es tan relajante como esa primera gota inmensa que cae cuando se oscurece todo en pleno mediodía. Lo necesitamos. Somos así. La naturaleza tiene sus ciclos, y creo que nosotros también… pero no olvidemos nunca que cuando mejor estamos, es cuando vuelve a brillar el Sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario