domingo, 2 de octubre de 2011

Jugar...

Hoy por primera vez me tocó "plantar un árbol". Más que un árbol se trataba de una planta de frutillas... no crecen con tronco sino que se desparraman a lo largo de la tierra; pero creo que plantar un árbol debe sentirse parecido a lo que hice hoy. Sacamos el pasto, removimos la tierra, rompimos una maceta, y finalmente trasplantamos la planta. Me manché toda con tierra; mis manos negras, irreconocibles. Y sin embargo, volví a reconocerlas como hacía tiempo que no las veía... Hacía mucho que no hacía algo así (desde ya, no creo que todos los días vayamos removiendo tierra por la vida, no?), pero fue una experiencia que tuvo algo especial, un plus indescriptible. 

Hoy nuevamente me encontré arrodillada sin importarme que se me manche el jean, sin importarme que se me rompa una uña, sin importarme que se me despeine el pelo con el viento. Hoy sólo me importaba hacer bien lo que estaba haciendo: ayudando a mi nonna a plantar las frutillas.
Me vi de nuevo siendo una chiquita que la ayuda, que le preguntaba qué necesitaba. Dejé de lado el poner la mesa, ayudar con las ensaladas o levantar los platos. Hoy no me tocó ser grande, sino que me uní a ella en ese juego... y me di cuenta de lo bien que me hace jugar.



Nos hace bien salir de nuestras rutinas "maduras": Estudiar, trabajar, preocuparnos, salir, festejar. A veces entre tantos compromisos, nos olvidamos de jugar un poco... qué lindo tener un tiempo para jugar y disfrutar... y olvidarnos de todo el resto, de aquellas responsabilidades diarias que ocupan nuestras vidas. Jugar a que nos pegue el viento en la cara, a que el sol nos despierte de una siesta, a que estamos vivos...Hoy en día se dice que el vivir es un arte, y me parece que se puede agregar: vivir es más que nada aprender a jugar.

2 comentarios:

  1. Hace un tiempo (de hecho, dos años) fuimos con algunos de la facu a Sierra de la Ventana, y a una cuadra de la casa teníamos una placita. Me volví a subir a una hamaca después de años de no hacerlo, me hamaqué como cuando era chica, bien alto, y me reí sin saber muy bien de qué ni por qué, pero me reí como cuando era chica, desde la panza. Y me fui con una terrible incógnita: ¿por qué los grandes ya no nos hamacamos? Lo bien que estaríamos, cuánto stress menos tendríamos, si hiciéramos eso de vez en cuando, jugar, divertirnos, dejarnos ser sin mucha más finalidad ni propósito que reírnos y disfrutar. Me encantó tu texto, Pau, gracias por compartirlo.

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  2. ¡Gracias Mery! Qué bueno que te haya gustado, porque la verdad que es uno de esos momentos que uno vive y no entiende bien por qué, pero necesita compartirlos... y es lindo saber que pude lograr transmitir un poco de lo que sentí en ese momento. Gracias!

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