Cuando fue que nos olvidamos de lo lindo de comer helado al aire
libre, aún a cuestas de mancharnos el short preferido que habíamos elegido.
Cuando fue que empezó a importarnos ensuciarnos mientras jugábamos, viendo que
nuestra ropa era de color marrón ahora. Cuándo fue que en vez de esperar un
nuevo juguete, ansiábamos ver bolsas de ropa de regalo para nuestro
cumpleaños. Cuándo fue que dejamos de pedir tres
deseos al soplar las velitas, pensando que ya no tenía sentido. Cuándo
fue que dejamos de tenerle miedo a la oscuridad, y decidimos que ya podíamos
dormir con la luz apagada, sabiendo que ese día tendríamos la valentía
necesaria para afrontarnos a lo que viniera. Cuándo fue que renunciamos a lo
que nuestros padres nos aconsejaban, creyendo que ya sabíamos nuestro camino. Y
cuándo fue que olvidamos ese camino.
Cuándo fue que comenzamos a vivir como si el chocolate hubiera
perdido su gusto; como si la luna hubiera perdido su brillo, y la risa su
magia. Como si el mar hubiera perdido su diversión; la arena su rispidez y el
atardecer su dulzura. Como si los niños ya no fueran más inocentes; las mujeres
ya no necesitaran más un abrazo, ni las madres un “te quiero”...
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