Quizás sea que disfruté mucho escribiendo.. o simplemente, que me movilizó mucho el tema que elegí. Creo que es un tema que siempre me atrae: el límite. ¿Podemos definir las cosas de manera estática? ¿Hay realidades que nos exigen que las tratemos de modo distinto? ¿Hay una sola forma de ser de las cosas? ¿O acaso la diversidad no nos enriquece?
Para la facultad escribí un trabajo, acerca de cómo surgió la familia, junto con las ciudades, el Estado; y cómo es que estos conceptos se fueron modificando..
Acá comparto mi conclusión:
Luego de haber desarrollado brevemente una contextualización histórica para enunciar las posturas acerca de cómo fue que llegamos a la sociedad actual en la que hasta cuestionamos a la familia tradicional; me gustaría exponer mi propia opinión.
Me gustaría destacar que creo que ha sido un avance increíble el que la sociedad ha obtenido por medio de la secularización. Es una realidad que hay que “Dar a Dios lo que es Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. Existe una vida aquí, y algunos pueden creer que existe una vida más allá de esta. No por eso hay que obligar a todos a creer en lo mismo. No por eso debemos armar una sociedad en base a lo que unos pocos crean: Se hace mucha violencia de esa manera también. Y así fue que logramos independizar la Iglesia del Estado, poder diferenciar con una línea ilusoria estos dos ámbitos diversos que sin embargo han de dialogar constantemente. Creo que cuando más nos equivocamos es cuando vemos las cosas como blanco o negro, sin intentar aproximarnos a un gris. Ya Aristóteles nos hablada del “justo medio”, y sin embargo muchas veces preferimos escuchar a Maquiavelo y seguir el tan conocido “divide y reinarás”. Creo que la sociedad ha ganado mucho, pero que también lo ha hecho a expensas de un alto costo. Así como creamos los derechos humanos; la igualdad pasó a ser un derecho y una obligación a cumplir; la libertad pasó a ser vivida y no un mero ideal, y así también nos olvidamos de poner los límites. Nos animamos a darnos más libertad, y con ella también nos animamos a jugar a ser dioses. Y nos gustó. A todos nos gusta tener poder para hacer lo que queramos. Sin embargo, hay muchas cosas que van a limitar nuestro poder, empezando por algo tan simple como la existencia de otro. Necesitamos de dos monstruosas guerras de por medio para darnos cuenta. Pero por suerte lo hicimos. Y empezamos a ver que si no íbamos a tener un Dios que nos guíe, de algún modo debíamos hacerlo.
Llegamos así a una segunda mitad del siglo XX atemorizada por los horrores cometidos, y queriendo que nunca más se repitiera tal cosa. Habíamos olvidado que la libertad nos es dada para las más grandes cosas, así también como para las más atroces. Y pedimos a los gritos esos límites, reclamamos esas barreras como seres humanos que somos.
Sin embargo, ahora se nos complicaba justificarlo. Muchos pensadores alemanes dedicaron sus vidas a intentar encontrar una justificación a la naturaleza humana... ¿Es que acaso necesita justificarse? La creencia infinita en la capacidad de la razón nos dejó un legado del que todavía no habíamos podido escapar. Y es por eso que entrado el siglo XXI, decidimos olvidarnos de ella. Ya no hay razón, argumento, pensamiento que valga. Se trata simplemente de opiniones, que pueden coexistir, que han debilitado tanto a la razón, que ya ni se sueña con la verdad: simplemente se trata de vivir a gusto. A piacere. A la carta.
En esta vida nos encontramos, en este contexto en que en un edificio con cincuenta familias puede tener tanta diversidad de formas de ser, que muchas veces hace que surja la pregunta acerca de: ¿qué es una familia? Y todavía no sé si puedo responderlo. Porque todos sabemos que una familia trata acerca de la generosidad, la fraternidad, el amor incondicional, el crecimiento y acompañamiento. Si no lo tuvimos, lo anhelamos tener. Si ya lo vivimos, queremos repetirlo. Pero... si cambia en su estructura, en su forma de ser, ¿necesariamente cambia el contenido de esta?
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