Vivir, salir, abrir. Llegar, pensar, soñar. Quizás sean solo palabras, quizás verdaderamente podamos encarnarlas.
Recién llegada a un país distinto, a un pueblo viejo, a una historia conocida. Un lugar escondido, una población viva y unas casas que hablan. Ladrillos que vieron, que escucharon y que sintieron. Hablan, gritan y callan. Reciben. Aguardan. Simplemente conocen tanto que son incapaces de emitir juicio. Ya han vivido lo suficiente, y sin embargo su tiempo es indeterminado. Simplemente están. Acompañan las miradas, las vidas y las corridas de la gente. Un pueblo en paz, otros en guerra. Un lugar donde muchas nacionalidades se unen, a pesar de las diversidades que siempre las caracterizaron.
Las palabras poco dicen cuando el alma intenta hablar, y la mirada no logra expresar lo que la persona guarda en su interior. Será que hay algo de miedo, algo de inseguridad. Será que no conocemos lo que es verdaderamente la apertura de uno hacia otro. O será que verdaderamente cuesta ser lo que somos.
Y uno no viaja solo. No hoy en día, tampoco antes. Quizás se trate de saber que hay personas que nos constituyen y que no podemos dejarlas ir; ni tampoco simplemente recordar. Se trata de personas con las que necesitamos una cierta cotidianeidad, aquellas que elegimos, y con las que queremos compartir lo que nos es importante.
Y no logro entender si lo que estoy escribiendo tiene algún sentido, o son simples palabras hiladas, pero creo que lo tienen para mí, y espero que sepas comprender lector, que a veces se puede ser egoísta como escritor, y dedicarse un rato a meramente escribir.
Así comienza mi viaje.
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