Será que los domingos piden
nuestro consentimiento para existir. Es el único día de la semana en que asentimos
a no sentir culpa por disfrutar sin esfuerzos. Se trata de un día en pijama;
pochoclos desde el sillón de nuestras casas; o simplemente un almuerzo en familia,
en el cual nadie se viste de gala ni muestra su mejor cara. Es el día en el que
todos alguna vez llegamos a soñar con el ideal de la “siesta universal”. No nos
cansamos de oír el silencio que los debe acompañar, como si por alguna extraña
razón, nos viéramos obligados a honrarlo con su debido respeto. Y aún mejor, si
una lluvia lo acompaña en días de invierno... Aclaración importante: son el
enemigo del despechado por amor, y a toda costa se debe evitar vivir un domingo
de esta manera si se está pasando por una situación difícil, no es recomendable
para la salud.
Por supuesto, los hay de todos
los gustos. Cada uno lo vive a su manera, lo disfruta como sabe. Existen
también los modos “activo” y “turista”. Aquellos que no diferencian al domingo
como un día de descanso, sino que más bien se vuelve el día más dinámico de
su semana. Convivimos semanalmente en el
mismo mundo, aunque pareciéramos ser de diversos planetas los días domingo.
Y si somos de este espécimen en
el cual disfrutamos de la tranquilidad del domingo convirtiéndonos en lo que
tengamos ganas (o no) de hacer ese día, me entenderán a la perfección cuando
digo que el mejor momento es las medialunas de la tarde que lo acompañan de vez
en cuando.
En fin, se trata de domingos
tranquilos y de descanso. Domingos que hacen más largos el fin de semana.
Domingos útiles, domingos inútiles. Jamás existirá un domingo perdido. Su
esencia no lo permite. Nuestra existencia simplemente los necesita.
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